foto: INAH
Los nascas del Perú distribuyeron los sonidos de las antaras entre sus grupos y comunidades, pero cuando se unían había una paridad en la práctica sonora, fenómeno que viene ligado a conceptos como el ayni (trabajo recíproco); la mita (labor comunitaria) y la minga (unión por el territorio), así lo dio a conocer el investigador de la Universidad Nacional Daniel Alomía Robles (UNDAR), Carlos Manuel Mansilla Vásquez, al participar en el II Congreso Internacional de Etno y Arqueomusicología, que se realiza en el Museo Nacional de Antropología (MNA).
Al dictar la conferencia magistral Arqueomusicología en los Andes. El caso de las antaras de la cultura nasca (100 a.C.-650 d.C.), Perú, el etnomusicólogo expuso que su hipótesis se basa en el análisis arqueoacústico aplicado a un conjunto de este tipo de flautas de pan, provenientes de los sitios de Valle de Kopara o Las Trancas y Cahuachi.
En el encuentro académico, organizado por las universidades nacionales Autónoma de México, Tres Febrero, de Argentina, y la UNDAR, de Perú, cuya sede es el recinto de la Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), dijo que su investigación surgió como parte del proyecto Waylla kepa, efectuado de 2004 a 2008, a partir de un convenio firmado con la Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas y el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, en 2003, para registrar audiovisualmente los dos mil artefactos sonoros de la colección del recinto y generar un catálogo.
Mansilla Vásquez detalló que dicho trabajo registró 30 por ciento de la colección, compuesta por quenas de hueso, flautas, silbatos, botellas silbadoras y 135 antaras de cerámica de diferentes culturas, de las cuales 110 pertenecían a la nasca. Además, puntualizó que 80 por ciento del acervo no corresponden a contextos arqueológicos, sino que procede de donaciones y decomisos.
A decir del etnomusicólogo coracoreño, ninguna de las antaras se parece y no tienen los mismos sonidos ni las mismas dimensiones, “además hubo una evolución al modificar los tubos y sus posiciones al momento de ejecutar, por tanto, cambiaron sus frecuencias. Las más antiguas son las de la cultura paracas (600-100 a.C.), después las de nasca (0-650 d.C.) y por último chincha (1100-1470 d.C.).
Según su estudio, aplicado a 27 antaras halladas y reconstruidas por Anna Gruszczynska, provenientes de sitios como Cahuachi, el Valle de Kopara o Las Trancas, la mayoría se constituyen de grupos de dos tubos, separados entre sí. El equipo realizó una grabación con cada uno de los tubos y ordenó los sonidos de los más graves a los más agudos.
Con base en lo anterior, Mansilla Vásquez ha deducido que los nascas de esos sitios de la Costa Sur peruana establecieron un sistema sonoro a través del conocimiento de las escalas diatónicas, formada por intervalos de segunda consecutivos; y las cromáticas, integrada por una sucesión de semitonos.
Ellos dividieron la octava en tonos y semitonos, los cuales eran más grandes o más pequeños que los del sistema sonoro occidental, de manera intencional provocaban esas variaciones acústicas de acuerdo a su percepción sensorial, entendimiento del medio ambiente, del cosmos y de la propia existencia. Esta particularidad andina continúa hasta el día de hoy y constituye un patrimonio sonoro único, consideró.
El también vicepresidente de Investigación de la Comisión Organizadora de la UNDAR, puntualizó que la arqueomusicología es una disciplina surgida a partir de diferentes propuestas teóricas, como las planteadas por Ellen Hickmann, Cajsa S. Lund, Dale Olsen, Julio Mendívil y Adje Both.
Refirió que el objeto sonoro más antiguo para los Andes peruanos es una quena de madera hallada en el Distrito de Chilca, datada en 5,750 años antes del presente (a.d.p.). Asimismo, se tienen registros en Caral, sitio ubicado en la Costa norte de Lima, donde se localizó un conjunto de 32 flautas con incisiones de aves y monos, con una antigüedad de 4,500 años a.d.p.; otra del sitio arqueológico de Kotosh, Huánuco, de 2200 a.C.; una trompeta de caracol de la cultura chavín que data de entre 1200-500 a.C., y en Paracas, donde se recuperaron antaras de cerámica de cuatro y cinco tubos complejos, de 800- 150 a.C.
Concluyó que otros investigadores han deducido que, al ser instrumentos hechos de la tierra o Pachamama, eran usados para los ritos de propiciación y agradecimiento de la lluvia, así como a la fertilidad y la muerte.
El II Congreso Internacional de Etno y Arqueomusicología, continuará hasta el 2 de abril, de 9:00 a 20:00 horas en el MNA. Entrada libre, cupo limitado a 285 asistentes.
FUENTE: INAH