30 julio 2012

Región Iqueña tan atractiva como Machu Picchu y el Valle del Urubamba
























Por Cecilia Oré

En una publicación de ayer, una de las cronistas de viajes del diario argentino “El Clarín” relata impresiones de su viaje al Perú. No sólo describe las maravillas de Machu Picchu y el valle del Urubamba sino también el viaje a nuestra región iqueña. Su clara descripción dibuja en la imaginación del lector hermosos paisajes, pero también trasmite las emociones que los visitantes foráneos experimentan al llegar a nuestras costas del sur.

Si a este importante artículo sobre viajes le añadimos una visita más completa en Nasca como las maravillas arqueológicas de Cahuachi, la ciudadela de barro más grande del mundo con una extensión de 24 km2, y con una antigüedad de 400 años a.C; el Museo Antonini, los acueductos subterráneos y sus 37 puquios construidos por los antiguos que hoy en día funcionan a perfección, inclusive cuando todo el sistema de agua potable colapsó con el terremoto 2007 éstos pudieron abastecer de agua a su comunidad. 

Si le sumamos a este atractivo paseo turístico una visita a la ciudad de Ica, a menos de una hora de distancia desde Paracas, para recorrer el Museo Regional custodio de la herencia de los antiguos Paracas, Nascas y Wari, vemos los cráneos algunos trepanados, otros con cabelleras tan largas que sobrepasan el metro de largo, impresionantes textiles y ceramios, los fardos funerarios y momias tan bien conservadas que se aprecia hasta el detalle de sus tatuajes; si damos una vuelta por el oasis de Huacachina, con el mejor paisaje de huarangos, dunas y arena, y otro paseo por las haciendas donde crecen los viñedos más codiciados, y donde se concentran el mayor número de productores del mejor pisco del mundo, sin dejar de experimentar el deleite que nos depara la gastronomía iqueña como el picante y ensalada de pallares verdes, papa rellena dulce, la carapulcra o el dulzor de las famosas tejas.

Con todo lo mencionado arriba y los lugares que son motivos de la crónica que pueden leer abajo, descubrirán que está largamente justificado el título de este artículo "Región Iqueña tan atractiva como Machu Picchu y el Valle del Urubamba".

Me tomo la licencia de compartir con los lectores partes de la publicación de El Clarín en la que se hace referencia a la región iqueña.


…Pero más allá de la magia sagrada de los Andes, nuestra travesía se extenderá también a las costas del Pacífico, donde descubriremos las dunas del desierto en Paracas, volaremos sobre las increíbles figuras de Nazca, y navegaremos hasta unas islas blancuzcas donde sólo habitan las aves. Estas son algunas de las experiencias que depara uno de los países con mayor biodiversidad del planeta, donde los paisajes y los colores cambian como si uno estuviera sumergido en un caleidoscopio…

Candelabros, aves y lobos
Paracas significa “lluvia de arena” en el idioma de los antiguos habitantes de esta región, ubicada sobre la costa, 250 km al sur de Lima. Paracas es también el nombre de un pueblito que balconea sobre una plácida bahía del Pacífico, frecuentado por los limeños como centro de veraneo.
Desde el muelle del Hotel Paracas, el paisaje sigue los trazos de un cuadro impresionista. El agua está tan calma y celeste que cuesta distinguirla del cielo, y los suaves relieves de la península parecen el lomo aterciopelado de un león.

Pero a bordo de la lancha, el paisaje plácido y espejado cobra movimiento. Vuelan las melenas, saltan las cámaras y, minutos después, estamos frente al misterioso Candelabro de Paracas, gigantesca figura trazada entre la arena y la arcilla que sólo se distingue a la distancia. Nadie pudo establecer aún su antigüedad, pero las teorías van desde una milenaria cultura relacionada con las líneas vecinas de Nazca, hasta una marca dejada por piratas para señalar el escondite de un tesoro. 
El misterio queda atrás en pocos minutos, mientras la lancha avanza a los saltos hacia el mar abierto. El océano se vuelve azul profundo, y sólo cede protagonismo cuando aparecen unos islotes rocosos y solitarios. Al detenernos, un ruido ensordecedor borronea el paisaje. “La sinfónica animal más grande del mundo”, define Naza, el guía, mientras anclamos frente a las islas de San Gallán. Miles de lobos marinos entonan un canto desafinado y gutural desde la costa. El espectáculo embriaga con la mezcla de ruido, olor y balanceo.
Un delfín nos acompaña hacia las islas Ballestas, formaciones caprichosas sobre las que sobrevuelan las aves. La capa blanca de guano que tapa el suelo de la isla es una de las riquezas que supo exportar Perú en otras épocas. 
“Con los excrementos de estas aves pagamos una vez la deuda externa”, asegura el guía, mientras habla de las bondades de este fertilizante orgánico que hoy ya no se exporta, pero que sostiene el desarrollo agrícola de Perú. 
A fines del siglo XIX, cuando los primeros exploradores llegaron a las islas, las aves guaneras oscurecían el cielo y acumulaban capas de 35 metros de guano. El guanay, el piquero y el pelícano estaban entonces en su apogeo productivo, que se fue aplacando cuando la pesca empezó a cercenar el alimento de las aves. Hoy el guano se recoge sólo una vez cada siete años, pero queda el maravilloso vuelo de las aves que se agitan como una corona sobre estas islas porosas y solitarias. Y aunque ya no haya que esperar cuatro o cinco horas para que pase toda la bandada, como relataba un viajero de principios del siglo XX, todavía vale la pena acercarse para observar la vida secreta de las aves marinas.
Los misterios de Nazca

Ya es mediodía cuando regresamos al hotel, donde todo está organizado para emprender el sobrevuelo a las líneas de Nazca. Las gigantescas figuras lucen como si un chico las hubiese dibujado con una rama sobre el suelo desértico y pedregoso. Desde la superficie, los dibujos pueden parecer surcos azarosos, por eso es necesario sobrevolar en avioneta para apreciarlos.
Estas figuras fueron trazadas en el desierto hace más de mil quinientos años con precisión matemática. Monos, arañas, pájaros, víboras y líneas que en otra geografía hubieran tenido un destino efímero, en el desierto de Nazca pueden aspirar a su cuota de eternidad, gracias a uno de los climas más secos del mundo. La geometría perfecta de cada dibujo genera toda clase de preguntas: ¿quiénes lo hicieron? ¿Cómo? ¿Para qué?
El espectacular hallazgo no tardó en generar distintas teorías. Desde aquellos que sostenían que se trataba de un mensaje para los dioses, a los que sostuvieron sin mayor fundamento que fueron obra de los extraterrestres. 
Esta cronista conoció en un viaje anterior a María Reiche, una mujer menuda y muy determinada que dedicó más de medio siglo a estudiar los misterios de Nazca. Durante años vivió en el desierto, donde dibujó, midió y hasta barrió cada una de las líneas. Su teoría es que se trataba de un calendario solar a cielo abierto. “El libro de astronomía más grande del mundo”, como alguna vez lo definió.


El desierto y las catedrales

“No todo es desierto”, reza un cartel sobre un camino de la Reserva Nacional de Paracas, otra de las excursiones que pueden hacerse en esta región. El cartel señala un grupo de flamencos rosados que aportan la cuota de color y movimiento al paisaje. A los pies del cartel, Ronny, nuestro guía en la Reserva, desempolva unos fósiles de 45 millones de años que descansan con naturalidad en el suelo. Se trata de pequeños moluscos llamados “turritelas”, que se enrulan como caracoles dibujados en la piedra. Fósiles que llevan inscripta la historia de la Tierra.
Antes de internarnos en el desierto, nos detenemos en el Centro de Interpretación, donde se explica que la Reserva de Paracas tiene 335 mil hectáreas, de las cuales el 75% está ocupado por el océano. Entre redes de pesca y sonidos del mar, una sala exhibe en peceras los tesoros escondidos debajo del agua: anémonas de agua fría, cangrejos violáceos, camarones de patas moteadas, erizos, caballitos y estrellas de mar. Vidas discretas sumergidas en un espacio sin huellas. 
El desierto espera con su relieve solitario, donde sólo se escucha el silbido del viento y el chillido de algún pájaro. La camioneta avanza por un paisaje lunar, hasta que en un recodo del camino aparece el océano, y una playa de arena roja encerrada entre acantilados. Los tonos se ven distorsionados, como en el negativo de una foto, donde contrasta el azul del Pacífico con el color ladrillo de la playa.


No muy lejos de allí, subimos hasta un mirador que balconea sobre una deslumbrante formación que se interna en el mar. “La naturaleza se tomó 40 millones de años para construir la Catedral, y el terremoto de 2007 la destruyó en segundos”, explica el guía. La Catedral perdió parte de sus paredes, pero a pesar de la mutilación, se levanta orgullosa como una isla de rocas, testigo de que nada es tan eterno como parece...
Estracto de El Clarín